18 marzo 2013

TU SPA EN EL SALON



El agua es la fuerza motriz de toda la naturaleza



Mis padres me regalaron mi primer acuario cuando yo tenía 14 años. Aquel día de primavera, al volver del instituto San Jerónimo, donde cursaba mi primer curso del antiguo BUP, lo encontré en mi cuarto, sobre una vieja mesa de televisor. Era un acuario de segunda mano que le vendió a mi padre un cliente del comercio donde trabajaba. El aficionado deseaba deshacerse de un viejo acuario de 50 litros por un módico precio. Mi padre lo trajo a casa con gran esfuerzo pues aquellos acuarios antiguos eran de hierro cromado, durísimos y pesados, y mantenía la arena y algo de agua en el fondo, un agua marrón y sucia en la que venían, casi tumbados, dos guramis dorados.

Aquel acuario, mi primer acuario, fascinó mi mente de adolescente. Cuando lo llené de agua, me pasé un día entero mirando a través de aquel viejo cristal. Aquellos dos pececitos color naranja, que parecían respirar aire en pequeños sorbos, estimularon mi curiosidad por conocer más del mundo subacuático. A partir de entonces y durante casi 30 años, he ido progresando en esta maravillosa afición con la obligada compañía de mis modestos presupuestos, tiempo y conocimientos. Este hobby tan apasionante llevó a mis manos con 15 años un libro que aún conservo, El Acuario del belga Henri Favré, publicado en 1968. Esta edición es hoy todo un clásico y el ejemplar original se conserva como sagrada reliquia en mi biblioteca de acuariofilia. Hoy sus amarillentas páginas todavía proclaman su actualidad con párrafos antológicos que han pasado a la historia de esta noble afición:

Aparte de su reconocido valor decorativo, nada hay más sedante para la vida inquieta de nuestros días que la contemplación de esos pequeños seres, ora estáticos y apacibles, ora presa de súbita agitación, que tejen y destejen incansablemente sus ágiles arabescos con la gracia y precisión de una exquisita coreografía acuática.

Nada más cierto. Los valores de tener un acuario en casa, de conservar y cuidar un trozo de naturaleza subacuática en nuestro hogar aún no son del todo valorados por nuestra sociedad:

ü  Nada mejor que un acuario en casa para instruir a nuestros hijos en los valores del cuidado del medio ambiente y el respeto a la vida animal y vegetal.
ü  Está demostrado que la contemplación y cuidados de un acuario reducen el estrés, la tensión arterial y relajan la mente, contribuyendo a la mejora de las defensas y a alcanzar la paz y la armonía interior.
ü Las consultas médicas y de psicología más renombradas, incluyen la Acuarioterapia como herramienta terapéutica contra trastornos de ansiedad, insomnio, depresión y otras patologías musculares o cerebrales. Su efecto positivo en pacientes con Alzheimer está siendo aprovechado en otros países de gran tradición acuarística, como Alemania u Holanda. Su instalación en salas de oncología infantil supone un entretenimiento feliz que ayuda a la recuperación de los niños internados.
ü  El efecto relajante y sedante de los acuarios se aprovecha en países como Estados Unidos o Australia para localizarlos en salas de espera de consultas médicas en las que el paciente suele acudir con nerviosismo o estrés, tales como dentistas o ginecólogos. Se ha comprobado que el o la paciente que tiene la oportunidad de contemplar un acuario entra a la consulta mucho más tranquilo que los que han esperado sin ningún acuario a la vista.
ü  La contemplación y escucha del fluir del agua se ha relacionado desde la antigüedad con la paz y el equilibrio. En este aspecto se tiene constancia del mantenimiento de los primeros acuarios en China en el siglo VIII a.C. y en España se han desenterrado estanques de la época romana situados en los patios de las casas de ciudadanos pudientes. El Feng Shui se apoya en los acuarios para la canalización de las energías positivas en los hogares.


Esta relación no es más que una pequeña reseña de las ventajas que supone iniciarse en esta pequeña gran afición. Y contra ella no se argumentan más que supersticiones tales como la de que los acuarios traen mala suerte. Nunca he tenido claro el origen de tan absurdo mito, aunque rebuscando aquí y allá me inclino por la versión que relaciona su origen con el símbolo de los primeros agitadores cristianos. Estos utilizaban en griego la palabra ichthys que significa pez, y que también es un acrónimo que proviene de las iniciales de ΙΗΣΟΥΣ – ΧΡΙΣΤΟΣ – ΘΕΟΥ – ΥΙΟΣ – ΣΩΤΗΡ, algo así como Jesús Cristo Hijo de Dios y Salvador. La intolerancia, fanatismo y falta de respeto a la libertad religiosa del Estado que mostraban los cristianos y los consiguientes conflictos sociales y sanciones legales contra ellos, pudieron tener que ver con que se generase cierto rechazo a toda imagen del pez. Sin embargo, como todo mito, no puede asegurarse su veracidad de manera científica, quedando todo en el marco de la conjetura histórica y antropológica.

No quiero terminar sin recordarles que en Sevilla, los valientes miembros de la Asociación Acuariófila Sevillana ASAS, de quien tengo el honor de ser miembro, son el exponente activo y real de la afición en la ciudad. Una organización sin ánimo de lucro que viene trabajando desde hace 13 años contra todo tipo de dificultades a favor de la conservación y difusión de este bella afición. Pueden ustedes saber mas en www.acuasevilla.com.

Atrévanse a tener su SPA (Salus per aquam) en el salón. 

Que tengan buena semana.




El agua es la fuerza motriz de toda la naturaleza
Leonardo da Vinci (1452-1519)






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