06 junio 2020

EL PEOR ECONOMISTA DEL MUNDO




Yo.

Yo soy el peor economista del mundo.

Y hace tiempo que quería confesarlo. No soportaré nunca más la carga de ocultar esta realidad tan palmaria. Invito al Ilustre Colegio de Economistas de Sevilla a expulsar de sus listas de colegiados a esta oveja negra, a este bulto de la ciencia económica que es mi persona, escoria académica y vergüenza de la profesión.

A esta conclusión llegué hace tiempo, aunque poco a poco. 

Aficionado al análisis crítico y objetivo de las cosas, mi seguimiento de la economía nacional siempre pretendió aislarse de condicionamientos políticos y esto, es bien sabido, es muy pernicioso en el buen economista. Hay que abrazar el credo que sea, de ese modo es como se observan bien los hechos económicos y se pueden realizar previsiones certeras. Pretender evaluar la situación económica sin contar con el arsenal ideológico correspondiente es tarea vana. Así me ha ido. Y así me va.

Por otra parte, se sabe que no ayuda al buen economista el batirse el cobre en el mundo de la empresa. Para ser un buen analista económico hay que tener las posaderas bien asentadas en alguna universidad, tener doctorado, escribir libros de la materia y conceder entrevistas. Pero yo, hijo descarriado del gremio, soy un mero licenciado que comencé mi carrera en consultoría y auditoría en el 95, que ocupé puestos directivos en empresas multinacionales, grandes y pequeñas y conozco bastante de banca. Yo solo he trabajado en el sector privado y en el público, y solo he fundado las dos empresas que actualmente dirijo (y que no marchan del todo mal). Apenas cuento con unos cientos de horas como docente en escuelas de negocios y solo he escrito unos cuantos artículos técnicos. Para colmo, cuando escribí un libro, me salió una novela de misterio. Con este calamitoso bagaje he acabado olvidando todo aquello cuanto estudié en una universidad tan poco prestigiosa como la que se atrevió a admitirme y nadie esperaría hoy que mi visión de la economía valiese algo.

Aún así, me gustaba leer las noticias económicas y hacerme una idea, infeliz de mí, de cómo iba el país y cuál podía ser su futuro próximo. Pero constataba que mi visión rara vez coincidía con la publicada en los medios. Cuando yo pensaba que todo marchaba bien, los titulares auguraban penurias y ruinas. Cuando leía o escuchaba que teníamos la mejor economía (o sector bancario) del mundo, yo dudaba de todo, como Descartes. 

Si bajaba la Bolsa, encontraba titulares como batacazo, la Bolsa pierde todo los ganado en el año, los mercados anticipan la recesión… Cuando la Bolsa sube y recupera: silencio o, todo lo más, rebote. Si había que maquillar bajadas: recogida de beneficios. Qué maravilloso e inalcanzable es el mundo de los cronistas bursátiles, tan lejos de mi corto entendimiento.

Y nunca me he librado de este castigo. Mi afición por leer y escuchar diferentes medios de comunicación, gobierne quien gobierne, me ha condenado a sufrir siempre esta paradoja: si no las encontraba en unos, estaban en otros, alternativamente. No había escapatoria. Qué mal iba siempre el país cuando gobernaba el enemigo. Y peor que iría.

Con todo, la realidad siempre ha sido muy tozuda y por algo la economía se considera una ciencia social. Por eso, cuando leí el otro día la entrevista que un diario de máxima difusión realizaba a un catedrático de universidad, ya no pude más. Me tomé la molestia de explorar en la red otras entrevistas realizadas por el mismo medio y al mismo personaje. Y menuda sorpresa. Ay, la hemeroteca, qué necesaria es. El profeta económico, a quién jamás podré aspirar a parecerme, vomitaba similares jeremiadas en el mismo medio y en momentos políticos semejantes. Y, al parecer, las buenas previsiones no iban con él. Al menos si le entrevistaban en años electorales o gobernaba el enemigo número uno del diario en cuestión, de cuyo nombre no me acordaré aquí. Este colega es uno de los monstruos mitológicos a los que hay que desatar en los momentos oportunos para que despliegue su furia en forma de predicciones. 

Me pregunto qué pasaría si los partes meteorológicos funcionaran igual. Que gobierna el enemigo: siempre hará mal tiempo mañana. Que gobiernan mis coleguitas: mañana sol y buen tiempo. ¿Qué ocurriría? ¡Exacto! La gente acabaría dándose cuenta enseguida. Porque el clima es cabezota y no responde a lo que predigan unos meteorólogos interesados.

Pues ni más ni menos con la economía. 

Por cierto, querido amigo economista a sueldo de tú sabes quién, hazte mirar tus dotes de previsor del paro de los EEUU, que lo mismo no pasa de largo el 20% cómo tú dices... Ah, y otra cosa, es falso que la presente situación causada por el Covid19 sea peor que la gran crisis del 2008.  Eso lo veo hasta yo, que ya tengo algo vivido.

Aunque sea el peor economista del mundo.