04 agosto 2013

LA NUBE DE AVISPAS




El verdadero valor consiste en prever todos los peligros y despreciarlos cuando llegan a hacerse inevitables.



Seguramente reconocerán el insecto representado en la imagen adjunta. Son avispas. Esos monstruos salidos de las entrañas mismas del infierno, pesadillas aladas de todo niño que se haya criado en los campos de Andalucía. Hijas del mismo Satanás, carecen de la nobleza de la abeja que, además de darnos miel y cera, vive en sociedades organizadas y ordenadas. Como seres sociales, las abejas trabajan para la comunidad y solo por ella. Su grandeza las hace sacrificarse cuando se trata de defender su colonia, de modo que con su picadura entregan la vida. Las avispas no. Armadas hasta los dientes, su aguijón es reutilizable, pudiendo picar cuantas veces quieran. La visión de las avispas volando, silenciosas, colgando en el aire sus repugnantes patas y fijando en ti su mirada negra, demoniaca y fría, era el terror de los niños cuando el calor apretaba.

1976, agosto. Los dos niños se tenían el uno al otro pues no hacía sino pocos meses que vino al mundo quien sería el tercero de los hermanos. Contaban 5 y 4 años nada más y en bañador jugaban todo el día, que eso de las camisetas T-shirt y el protector solar llegó más tarde. Estos niños sencillamente se quemaban el primer día del verano, mudaban la piel y luego se renegrían como torreznos el resto de la estación. El bañador y las playeras eran sus únicas prendas del alba al ocaso.

Y las avispas picaban a los niños siempre que podían, como si hubieran sido creadas para eso. Ocultas en una zapatilla, picaban el pie que descuidadamente las calzaba. Escondidas en una toalla, picaban las manos del niño que se cubría con ella al salir de la piscina. Al acecho entre la parra, picaban la espalda de los niños que pasaban en bicicleta bajo ella, nunca era seguro pedalear despacio bajo la parra. Era muestra de valor para los niños enfurecerlas destruyendo sus panales. Crecieron corriendo delante de las avispas. Corriendo y manoteando el aire para espantar a las muy hijas de puta, que como Furias les perseguían a velocidad del rayo. Pronto médicos y padres descubrieron una alergia en el menor, una súper-reacción al veneno de los himenópteros que provocaba hinchazones que podrían ser letales si las picaduras se daban en mal sitio o en número suficiente.

No es de extrañar que aquellos niños, cosidos a picotazos por las avispas, disfrutaran las sesiones de exterminio que los mayores organizaban de cuando en cuando. Entonces, ido el sol de un día cualquiera de verano, los hombres se armaban con largas cañas que unían unas a otras para ganar longitud. Las dotaban de un trapo viejo en la punta y lo impregnaban con gasoil. Y así, armados con tales teas telescópicas, con el rostro cubierto cual bandidos para no respirar los gases de la combustión, prendían fuego a los panales, grandes como platos, previamente localizados.  Y allí morían a cientos, a miles, las malditas avispas, intentando picar a sus agresores, aún narcotizadas por el humo y el fuego. Los niños, valerosos en la distancia, disfrutaban como tales machacando en el suelo, con sus bolos de juguete, a las avispas drogadas que intentaban huir caminando. Malditas. Morid. Hacían recuento de sus trofeos, contados por las muertes de demonios amarillos que cada uno conseguía.

Aquel caluroso día, los dos niños deambulaban por la finca en busca de aventura. Pasaron a visitar a los toros, tan inmensos como mansos, que atados por la argolla de su hocico al pesebre, pasaban a la sombra las horas caniculares. Allí los toros dejaban pacientemente que los niños les acariciasen la testuz y la papada y tenían cuidado de no pisarlos cuando jugaban por allí. Después los niños se dirigieron como otras veces a la tapia que cercaba el corral de las vacas. Era más alta que ellos, había que encaramarse con cuidado. El mayor podía solo, así que primero ayudó al pequeño a subir y cuando se aseguró de que estaba bien asido, él mismo se apoyó en un saliente y se agarró arriba. Asomando la cabeza, al otro lado podían ver el grupo de vacas que dormitaban  y dejaban pasar las horas de más calor. Echadas unas, otras en pie, espantaban las moscas con el rabo y mugían de tanto en tanto mientras rumiaban cansadamente su ración de pienso.

Pero de pronto estalló el infierno. La vibración provocada en los bloques del muro, importunó un enorme panal de avispas oculto en una oquedad de la otra cara de la tapia. En un segundo, docenas de avispas inundaron el aire alrededor de los niños, que palidecieron ante la sorpresa de tan repentino ataque. Si no salían de allí inmediatamente sufrirían dolores sin cuento e hinchazones monstruosas. Tan rápido como lo observó, con el reflejo de huida activado, el mayor de los hermanos saltó de la tapia y comenzó la carrera en dirección a la casa, a cualquier parte que no fuera la tapia y sus avispas. Corrió cuesta abajo tan rápido como le daban sus pequeñas piernas. Corrió hasta que reparó estremecido en que corría solo. Su hermano, su compañero,  no estaba con él. Con el corazón a tope, miró hacia atrás y vio la terrible escena. Su hermano, demasiado pequeño para saltar solo de la tapia, seguía allí encaramado rodeado de las avispas. El pobre se agarraba con una mano y movía la otra alrededor de su cabecita para espantarlas torpemente, mientras lloraba aterrorizado. Raro sería que no le hubieran picado ya. Procesar la imagen en su cerebro y actuar fue todo uno. Armado de valor, acallando los naturales impulsos de supervivencia de su cerebro de 5 años, volvió sobre sus pasos, cuesta arriba, más rápido aún que antes, entró en la nube de avispas, ayudó a su pequeño hermano a bajar con una precisión y coordinación de las que no se creía capaz. Y entonces juntos de la mano bajaron la cuesta como si huyeran del mismo demonio. Milagrosamente no hubo picaduras para ninguno, sin duda por aquello de FORTUNA AVDACES IVVAT.

El valor. Aquella resolución interior que nos ayuda a vencer el miedo en cantidad directamente proporcional. Curiosamente tenemos que descender hasta la cuarta acepción del diccionario de la RAE  para encontrar la que estamos buscando: Cualidad del ánimo, que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros. Los psicólogos modernos hablan de solution thinking, de perceptual narrowing y de otros términos que podríamos resumir como mantener la cabeza fría, centrarse en resolver el problema y afrontar la situación de manera eficaz, utilizando las técnicas de respirar, pensar y actuar.  A lo largo de los siglos, el valor se ha definido de miles de maneras distintas, todas con el denominador común de ser algo propio del ser humano como tal, algo contrario a los instintos animales de supervivencia y protección de la propia vida. Por lo tanto, unánimemente a lo largo de los siglos, se ha concedido al valor el reconocimiento debido en forma de admiración, fama o galardones.

La afición del hombre a la guerra que ya hemos analizado en artículos precedentes de este blog, ha venido concediendo oportunidades sin límite a aquellos individuos destacados por sus actos valerosos. Todos los países y civilizaciones cuentan con hombres y mujeres que pasaron a la historia por sus actos de valor en los campos de batalla del mundo entero.
La desvalorización del mundo humano crece en razón
directa de la valorización del mundo de las cosas.

Karl Marx 

La vida moderna sin embargo ofrece oportunidades menos vistosas de demostrar valentía. Instalados en una Pax americana desde mediados del siglo XX, los frentes de guerra se nos acercan tan solo a través de la pantalla del televisor. La actividad diaria del ciudadano de a pie se ha vuelto mucho más gris y rutinaria. Los sistemas de previsión social cubren necesidades que antes llegaban a amenazar la supervivencia. El arrojo y el coraje parecen haberse quedado como reliquias del pasado, algo caduco y sin aplicación en nuestros tiempos. Quien se interesa por profundizar en estos temas o quien manifiesta en público su admiración por las cualidades valerosas de los personajes del pasado es tachado de frikie o de cosas aún peores. Como un Alonso Quijano del siglo XXI, es mirado de reojo por sus vecinos.

Sin embargo, he llegado a la conclusión de que, observando atentamente, la vida moderna nos depara muchas oportunidades para realizar actos de valor. Aquellos actos que resultan admirables para los que los observamos desde fuera son mas frecuentes de lo imaginable. Ya no hay que agarrar la espada, ahora el valor se demuestra de otro modo y no en menor grado. A veces es un acto heroico que salta a los medios, realizado por un cualquiera. Pero otras, con mucha más frecuencia,  el desprecio del peligro, el coraje ante las dificultades y el sacrificio por los demás se manifiestan en hechos mas comunes, menos vistosos y mediáticos. El parado que sonríe a su alrededor cada mañana, la vendedora ambulante que mantiene a su familia madrugando cada día, el humilde profesional que mantiene su palabra a costa de perder dinero, la joven mujer que afronta su enfermedad crónica con espíritu de superación, el minusválido que alcanza metas deportivas propias de héroes, el  funcionario que sigue cumpliendo con su deber aunque le reduzcan el sueldo, el voluntario que arriesga su vida para curar malarias, el que acompaña ancianos a costa de su tiempo, el donante de sangre o de órganos que da generosamente aquello que puede salvar a otros, el que sigue creyendo en la justicia a pesar de todo, el que paga sus impuestos en su país porque cree en la distribución de rentas o el brigadista que azota llamas en los bosques  de España porque cree que un planeta verde será mejor para nuestros hijos.

Y entre ellos, diminuto y callado, el emprendedor anónimo que decide arriesgar el poco dinero que le queda en crear desde cero un proyecto y, desoyendo los llamados a la prudencia y al estatismo, se la juega para perseguir su sueño. Tú emprendedor que cruzaste el Rubicón sabiendo que suponía echar los dados. Tú, si te atreves a entrar en la nube de avispas, triunfes o no, tú lo habrás hecho con valor. Quizá otros no.

Que tengan buena semana. 


El verdadero valor consiste en prever todos los peligros y despreciarlos cuando llegan a hacerse inevitables.
François Fénelon (1651-1715) escritor francés


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