Cualquier hombre
puede caer en un error pero solo los necios perseveran en él
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La incompetencia y excesos de Heliogábalo colmó la paciencia de todos. |
La damnatio memoriae
romana era la condena del nombre y el recuerdo de cualquier personaje que se considerara merecedor de tal
acuerdo del Senado. La condena, generalmente a título póstumo, consistía en
eliminar el nombre de los edificios públicos, retirar estatuas o efigies y
hasta prohibir su mero recuerdo en público. Aunque la medida era antigua, se
popularizó durante el imperio por su decreto frecuente contra emperadores de
infausto recuerdo. Fueron muchos los merecedores de tal galardón aunque la
mayoría tan solo por el odio de su asesino y sucesor en el cargo. Pero hubo
algunos que tuvieron el dudoso mérito de aburrir a Senado, Pueblo, Ejército y Pretorianos
al mismo tiempo. En mi opinión, estos que se
ganaron a pulso la condena fueron Calígula, Nerón, Domiciano, Cómodo y
Heliogábalo. Este último ostenta el máximo record pues hacerse acreedor de una damnatio
con tan solo 18 añitos nos lleva a pensar que al muchacho le iba la marcha a
base de bien.
Y cómo vuelven las modas. Sin ir
mas lejos el Ayuntamiento de Palma acaba de condenar en vida a los Duques de
Palma y a retirar sus nombres de la avenida principal de la ciudad. La visión de
los operarios municipales cambiando los rótulos de las calles me trajo a la
memoria a los honorables senadores romanos. Y todo ello me llevó a reflexionar
sobre la crisis de corrupción de nuestro sistema.

Así que meses conociendo la trama
financiera, los desfalcos de dineros públicos, los fraudes al fisco, las
conductas poco ejemplares, pero… solo le quitan la calle cuando se atreve a
bromear con el ilustre nombre de la ciudad. España no tiene remedio.
Y es que nos hemos acostumbrado a
la corrupción. La
contemplamos con familiaridad, la saludamos destocados cada día como a una
vecina de siempre. Está comenzando a formar parte de nuestro ADN. Los científicos
definieron la memoria genética como una memoria presente desde el nacimiento
que existe en ausencia de experiencia sensorial, y que es incorporada al genoma
a lo largo de largos periodos de tiempo. Está basado en la idea de que
experiencias comunes de una especie acaban incorporadas en su código genético. A
los españoles debe ocurrirnos algo así ya.
Poco a poco los medios de
comunicación nos van saturando las mentes con la idea de la corrupción. Aquí
y allá los asuntos turbios, los abusos de poder, la prevaricación, el
enriquecimiento ilícito ocupan titulares y horas de televisión como una
metástasis purulenta que pudre el sistema democrático por dentro.
Como en toda plaga, cuando se
trata de corrupción, el síntoma es indicador de infección. Un día matas una
cucaracha que se deja ver y no pasa de un mal rato. Pero si se manifiestan con
frecuencia suficiente, entonces no hay duda de que una fumigación general del
edificio se hace necesaria. Y en nuestro
sistema político la infección ya es patente. En el gobierno del Estado, en los
autonómicos, a nivel local y hasta en la casa real. Partidos en el gobierno,
partidos en la oposición, redes clientelares, favores por dinero, contratos
públicos a dedo, amiguetes por doquier, escándalos nuevos, otros que tuvieron
lugar hace tiempo…. Partidos salpicados de corrupción hasta las trancas
triunfan con mayorías absolutas en las elecciones (votados por los españoles) para,
al poco de ganarlas, descubrir más y más casos de corrupción, en una
perseverancia de necios que no conoce límites. Muchos políticos han tirado su
integridad a la papelera si es que alguna vez la tuvieron en la mano.

Pero el español está vacunado de
todo esto y no parece afectar a su vida cotidiana. Asistimos impertérritos al
desfile de la iniquidad con la mera curiosidad con la que escuchamos la prensa
rosa. Fuera se le da más importancia que dentro. Aquí es como si la abulia y la
resignación se hubieran adueñado de este pueblo en otro tiempo tan levantisco y
ahora, desempleados y arruinados, ya no tuviéramos fuerzas ni para tirar del
carro de los felones. En las calles reina la paz, no se preocupe señor Fitch.
Y en las próximas elecciones el
español irá a votar. Al que sea, quizá al otro que no votó la vez anterior,
alternando su voto en un péndulo infernal que elige entre la basura y el
excremento, perseverando en errores propios de necios.
Quiero pensar, elijo pensar, que
solo son unos pocos. Siempre los pocos han hecho más ruido que los muchos. Quiero
creer que el sistema funciona. Que algún día se entrará en razón. Que alguien
dirá que no hacen falta tantos diputados en el congreso, tan solo uno por
partido, que para algo está la disciplina. Ya lo demostraron en Galicia el otro
día, donde abandonaron su cámara en protesta varios grupos, dejando a los
portavoces sentados, porque había que debatir los presupuestos, total, con uno
sobra. Espero que algún día se suprima, o mejor, se reforme el Senado, para de
una vez tener una cámara territorial y no un segundo e inútil congreso.
Quiero creer que el hecho de que
los crímenes ocultos salgan a la luz es señal de una voluntad de limpieza. Que
el primer paso para sanar es la conciencia de la enfermedad por parte del
paciente. Espero que en integridad, como en la economía, hayamos tocado fondo,
y en las reglas del nuevo mundo, España se deje atrás a sí misma, para bien de
todos.
Que tengan buena semana.
Marco Tulio Cicerón (106 a .d.C. – 43 a .d.C.)
Filósofo, magistrado,
legislador, orador y Cónsul en 63
a .d.C.
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