10 febrero 2013

LA INTEGRIDAD EN LA PAPELERA




Cualquier hombre puede caer en un error pero solo los necios perseveran en él


La incompetencia y excesos de
Heliogábalo  colmó la paciencia de todos.
La damnatio memoriae romana era la condena del nombre y el recuerdo de cualquier  personaje que se considerara merecedor de tal acuerdo del Senado. La condena, generalmente a título póstumo, consistía en eliminar el nombre de los edificios públicos, retirar estatuas o efigies y hasta prohibir su mero recuerdo en público. Aunque la medida era antigua, se popularizó durante el imperio por su decreto frecuente contra emperadores de infausto recuerdo. Fueron muchos los merecedores de tal galardón aunque la mayoría tan solo por el odio de su asesino y sucesor en el cargo. Pero hubo algunos que tuvieron el dudoso mérito de aburrir a Senado, Pueblo, Ejército y Pretorianos al mismo tiempo. En mi opinión, estos que se  ganaron a pulso la condena fueron Calígula, Nerón, Domiciano, Cómodo y Heliogábalo. Este último ostenta el máximo record pues hacerse acreedor de una damnatio con tan solo 18 añitos nos lleva a pensar que al muchacho le iba la marcha a base de bien.

Y cómo vuelven las modas. Sin ir mas lejos el Ayuntamiento de Palma acaba de condenar en vida a los Duques de Palma y a retirar sus nombres de la avenida principal de la ciudad. La visión de los operarios municipales cambiando los rótulos de las calles me trajo a la memoria a los honorables senadores romanos. Y todo ello me llevó a reflexionar sobre la crisis de corrupción de nuestro sistema.

La primera reflexión versa sobre las causas que han llevado al Ayuntamiento a cambiar las placas. Según los medios de comunicación la decisión se tomó tras constatar una "indignación ciudadana" por una "falta de consideración" hacia el título y hacia el nombre de la ciudad, que "se merece todos los respetos por parte de todo el mundo". Esta iniciativa se presentó tras conocerse uno de los emails en los que el yerno del Rey se despedía del secretario de las Infantas, Carlos García Revenga, con un 'El duque em...Palma..do’.

Así que meses conociendo la trama financiera, los desfalcos de dineros públicos, los fraudes al fisco, las conductas poco ejemplares, pero… solo le quitan la calle cuando se atreve a bromear con el ilustre nombre de la ciudad. España no tiene remedio.

Y es que nos hemos acostumbrado a la corrupción. La contemplamos con familiaridad, la  saludamos destocados cada día como a una vecina de siempre. Está comenzando a formar parte de nuestro ADN. Los científicos definieron la memoria genética como una memoria presente desde el nacimiento que existe en ausencia de experiencia sensorial, y que es incorporada al genoma a lo largo de largos periodos de tiempo. Está basado en la idea de que experiencias comunes de una especie acaban incorporadas en su código genético. A los españoles debe ocurrirnos algo así ya.

Poco a poco los medios de comunicación nos van saturando las mentes con la idea de la corrupción. Aquí y allá los asuntos turbios, los abusos de poder, la prevaricación, el enriquecimiento ilícito ocupan titulares y horas de televisión como una metástasis purulenta que pudre el sistema democrático por dentro.

Como en toda plaga, cuando se trata de corrupción, el síntoma es indicador de infección. Un día matas una cucaracha que se deja ver y no pasa de un mal rato. Pero si se manifiestan con frecuencia suficiente, entonces no hay duda de que una fumigación general del edificio se hace necesaria.  Y en nuestro sistema político la infección ya es patente. En el gobierno del Estado, en los autonómicos, a nivel local y hasta en la casa real. Partidos en el gobierno, partidos en la oposición, redes clientelares, favores por dinero, contratos públicos a dedo, amiguetes por doquier, escándalos nuevos, otros que tuvieron lugar hace tiempo…. Partidos salpicados de corrupción hasta las trancas triunfan con mayorías absolutas en las elecciones (votados por los españoles) para, al poco de ganarlas, descubrir más y más casos de corrupción, en una perseverancia de necios que no conoce límites. Muchos políticos han tirado su integridad a la papelera si es que alguna vez la tuvieron en la mano.

Y el político, que no realizó más méritos para atrapar su poltrona que afiliarse y medrar, tranquilo en su puesto, bien pagado por las subvenciones que se auto-aprueban ellos mismos, ufano de su inmunidad de facto, se dedica a tirar petardos de a peseta, para entretener al gato y que mire para otro lado. De tal modo, las infantas son amenazadas con retirarles sus derechos dinásticos y los políticos demuestran que no cobraron dineros negros mostrando sus declaraciones de la renta. Lo primero es ofrecer humo en penitencia de una gran falta y lo segundo da risa a todo el que sabe que el dinero negro no aparece en ninguna declaración de renta (por eso es negro). Se encargan auditorias internas, incluso externas fíjense qué honestos, para demostrar que no hay caja B, como si la herramienta fuera apropiada a la avería. Se convocan comisiones, se sacan muchas fotos, se dan muchos discursos, televisados incluso, mucho ruido y más alharacas para decir que es todo falso con ayes y golpes de pecho. Se encarga a fiscales lo que deberían hacer jueces y se condena a jueces que investigan demasiado. Se recolocan los unos a los otros en los consejos de grandes compañías y a nadie le extraña que tan grandes empresas tengan tanto favor que devolver. Nos enseñan lo que ganan reyes y políticos y nadie cae en la cuenta de que no pagan alquiler ni hipoteca por sus palacios, ni de que trabajan en un todo incluido que les deja el magro sueldo limpio para vivir.  Vividores se les llamó siempre, que ya se les ve venir de lejos.

Pero el español está vacunado de todo esto y no parece afectar a su vida cotidiana. Asistimos impertérritos al desfile de la iniquidad con la mera curiosidad con la que escuchamos la prensa rosa. Fuera se le da más importancia que dentro. Aquí es como si la abulia y la resignación se hubieran adueñado de este pueblo en otro tiempo tan levantisco y ahora, desempleados y arruinados, ya no tuviéramos fuerzas ni para tirar del carro de los felones. En las calles reina la paz, no se preocupe señor Fitch.

Y en las próximas elecciones el español irá a votar. Al que sea, quizá al otro que no votó la vez anterior, alternando su voto en un péndulo infernal que elige entre la basura y el excremento, perseverando en errores propios de necios.

Quiero pensar, elijo pensar, que solo son unos pocos. Siempre los pocos han hecho más ruido que los muchos. Quiero creer que el sistema funciona. Que algún día se entrará en razón. Que alguien dirá que no hacen falta tantos diputados en el congreso, tan solo uno por partido, que para algo está la disciplina. Ya lo demostraron en Galicia el otro día, donde abandonaron su cámara en protesta varios grupos, dejando a los portavoces sentados, porque había que debatir los presupuestos, total, con uno sobra. Espero que algún día se suprima, o mejor, se reforme el Senado, para de una vez tener una cámara territorial y no un segundo e inútil congreso.

Quiero creer que el hecho de que los crímenes ocultos salgan a la luz es señal de una voluntad de limpieza. Que el primer paso para sanar es la conciencia de la enfermedad por parte del paciente. Espero que en integridad, como en la economía, hayamos tocado fondo, y en las reglas del nuevo mundo, España se deje atrás a sí misma, para bien de todos.

Que tengan buena semana.



 Cualquier hombre puede caer en un error pero solo los necios perseveran en él
Marco Tulio Cicerón (106 a.d.C. – 43 a.d.C.)
Filósofo, magistrado, legislador, orador y Cónsul en 63 a.d.C.


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