19 noviembre 2012

LOS MITOS DEL NACIONALISMO III. LA INDEPENDENCIA QUE NO FUE



 Una buena gran parte del arte del bien hablar consiste en saber mentir con gracia.
Erasmo de Rotterdam
 

La piedra angular en el edificio conceptual nacionalista es la manipulación de la Historia. El nacionalismo necesita de un mínimo de justificación y acompañamiento histórico para contar con su usual componente reivindicativo  o restaurador de pasadas grandezas y gloriosas existencias libres. Al nacionalista le encanta hurgar en la Historia en busca de sustentos para la defensa de la independencia de su nación. Y si no encuentra lo que busca (lo que sucede a menudo) entonces se dedica a reescribir y manipular bajo su prisma nacionalista aquel episodio, evento o personaje histórico que resulte conveniente al caso. Ocurre sin embargo con la Historia un hecho curioso: que es la que es, ya no puede cambiarse. Así que con un poco de dedicación basta para destaparles el tinglado.

En el presente y siguientes artículos realizaremos una aproximación a algunos de estos mitos históricos, más importantes unos, más anecdóticos otros, pero todos igual de sutiles y coordinados con la tesis nacionalista correspondiente.

Al final del presente artículo se adjunta una entrevista al historiador Sir John Elliot, Regius Professor Emeritus en la Universidad de Oxford y Premio Príncipe de Asturias. John Elliot es uno de los más reconocidos hispanistas extranjeros y un catalanista erudito pues ha estudiado y disertado sobre Cataluña, vivido allí y se confiesa un enamorado de aquella tierra. El interés de la audición estriba,  no tanto en la cualificación académica del entrevistado como en su posición de observador externo, libre por tanto de cualquier prejuicio que no sea su afecto por Cataluña. Ya se sabe, a veces para conocernos del todo, no viene mal que alguien nos diga cómo se nos ve.

Ni Cataluña ni Euskadi han sido nunca estados independientes tal y como los entendemos hoy. Sus destinos históricos han estado siempre vinculados al resto de reinos hispánicos. En la época feudal, los condados vascongados alternaron sus relaciones de vasallaje entre los reyes de Navarra y Castilla, quedando finalmente integrados en la órbita del reino castellano-leonés. En cuanto a Cataluña, la entidad independiente mas parecida la encontramos en la Edad Media, donde el Condado de Barcelona agrupaba mas o menos la actual provincia del mismo nombre y parte de Girona y Tarragona. Dicho condado alcanzó un gran poder, interesando al monarca de Aragón tenerle por vasallo de buen grado. Para ello se pactaron uniones matrimoniales en el siglo XII entre la hija del rey de Aragón y el Conde de Barcelona. Los nacionalistas dicen que esta unión fue voluntaria. Y tienen razón. Pero a partir de dicho momento los Reyes de Aragón heredaron el condado de Barcelona y su correspondiente título, que se ha conservado hasta nuestros días a través de la fusión de las dinastías de Castilla y Aragón, gestada entre finales del siglo XIV y principios del XV. Para el que no lo sepa, Juan Carlos I de Borbón es también Conde de Barcelona.

Desde la unión dinástica del condado a la corona de Aragón, Cataluña se unió de forma efectiva con el resto de reinos de España. Además la delimitación de su perímetro fue conformándose poco a poco hasta la Edad Moderna, incluyendo territorios adicionales al original Condado de Barcelona.

Sin embargo, el nacionalismo encontró algo, solo un episodio, pero algo era algo, un momento, aunque corto, donde Cataluña había dejado de ser España: su anexión a Francia en 1641 en el seno de la cruenta Guerra de los Treinta Años. Y ya la montaron. El nacionalismo calificó la anexión a Francia de “voluntaria”. Nada más lejos de la realidad. Una hábil maniobra política de Richelieu junto al pequeño detalle del ejército francés desembocó en la ocupación total de Cataluña por parte de Francia. Antes de firmar la paz, el ejército de Felipe IV recuperó Lleida por la misma fuerza y avanzaba hacia Barcelona. El tratado de Paz de Westfalia de 1648 firmado por los estados europeos beligerantes dejó  las cosas en la península como estaban antes de la guerra. He llegado a leer que el pacto con Francia incluía la creación de la República Independiente de Cataluña, graciosa invención del manipulador histórico que anacrónicamente pretende situar una república en pleno siglo XVII y entre los reyes mas poderosos y absolutistas de la Historia: en Francia, Luís XIII y su hijo Luís XIV, el Rey Sol y en España, Felipe IV, el Rey Planeta. Simpático. Escribir es gratis y ahí quedó la pedrada histórica para el que la quiera tragar.

Por cierto, en el curso de dicha Guerra de los Treinta Años se produjo otro suceso del que el nacionalismo catalán también sacó petróleo. La crisis económica y social que provocó la larga conflagración europea provocó revueltas en dicho periodo por todo el territorio peninsular no siendo Cataluña una excepción. En 1640 una concentración de segadores que entraron en Barcelona pidiendo trabajo provocó disturbios, avivados con la detención de uno de ellos por causas pendientes con la justicia. Los ánimos se caldearon y se produjeron sangrientos enfrentamientos entre los divididos catalanes, su burguesía y su nobleza. Finalmente, como era costumbre en la época, los soldados del Rey aplastaron la revuelta violentamente un día del Corpus, llamado el Corpus de Sangre. En estos sucesos inspiraron los nacionalistas su Himno Nacional llamado Els Segadors (Los segadores), apropiándose de un hecho histórico, como ustedes pueden ver, bastante más complejo. Puede escucharse el Himno en Internet, pero sepan que se compuso en 1899, ¡caramba, la época del nacimiento del catalanismo! Que cada uno saque sus conclusiones. Todo ello dicho con mi absoluto respeto, dado que, venga de donde venga, hoy por hoy es el himno de una comunidad autónoma española, ante el que un servidor se destoca.

No me resisto a mencionar otra simpática anécdota que he encontrado en Internet, una nueva muestra del complejo monárquico. En una página de contenido histórico, redactada en catalán, consulté la figura de  Jaime I de Aragón, apodado el Conquistador, que además de Rey de Aragón era Rey de Valencia, de Mallorca, Conde de Barcelona, Señor de Montpellier y de otros feudos menores en el sur de Francia. El título del gran Jaime I en dicha web rezaba así:

Jaume I el Conqueridor (dit també Jaume I de Catalunya-Aragó)

Ahí quedó. Así que ya lo saben, se cambia de nombre al reino, ahora es el Reino de Cataluña-Aragón. Tiembla Pérez-Reverte. Y como decía la bruja Avería, aprended a desaprender lo aprendido.

Les dejo con el profesor Elliot. Que lo disfruten.

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