Si solo conocéis la conquista y no las derrotas, pobres de vosotros; lo pagaréis.
Para los hombres inquietos, los hijos son con frecuencia fuente de inspiración. Y el mío, a sus nueve años, no es una excepción. Aquel día en el supermercado me preguntó de dónde venía el jamón de York, que tanto le gusta. Tentado estuve de contarle los orígenes del producto pero, con la mirada perdida en la intrincada complejidad de los estantes, me limité a explicarle que es un alimento que se produce a partir del cerdo una vez despiezado. La alusión a la muerte y descuartizamiento del animal le hizo adoptar un mohín de disgusto. En ocasiones había visitado granjas escuela donde había visto los animales domésticos que nos sirven de sustento, pero nunca los había visto en el trance de convertirse físicamente en tal sustento. Aquello me hizo proponerle que muy bien le vendría acompañarme a visitar algún matadero si posible fuera.
Ahí quedó la cosa, pero cuando al día siguiente y por el mismo inocente canal me llegó el mensaje de retorno, Dile al majara de tu padre que al matadero se vaya él, no desdeñé sin embargo escribir una reflexión sobre el fenómeno del olvido de las fuentes y el debilitamiento por la civilización.
En artículos anteriores de este blog, he vertido mi opinión acerca de que uno de los vectores de la profundidad de esta crisis está relacionado con la actuación ineficiente de los agentes intervinientes en el ciclo económico. Y aunque éstos tengan carácter colectivo o grupal, al final todo queda reducido a decisiones y comportamientos de los individuos. Y no se si se habrán dado cuenta, pero esta crisis nos ha sorprendido acomodados. Nos ha asaltado de noche, mientras dormíamos descuidadamente, sin centinelas, con la guardia baja. No la vimos venir y nos ha descubierto desarmados, frágiles ante ella, sin recursos para afrontar de manera rápida un cambio brusco hacia una situación mucho peor. La falta de resistencia, adaptabilidad y capacidad de supervivencia, oxidadas y olvidadas por el desuso, han llevado a muchos a darse la vuelta y echar a correr, presas del pánico y la desazón, receta ésta que es el camino más rápido hacia el agravamiento de la recesión personal y colectiva.
![]() |
| Batalla de Liegnitz (Polonia) en 1241 Máxima penetración mongola en Europa |
Esta situación de complacencia y acomodamiento no es algo nuevo. El refinamiento, consiguiente a toda civilización avanzada, casi siempre ha conllevado un componente debilitador de sus capacidades primarias que, paradójicamente, le sirvieron en su día para elevarse a su estado posterior. Ejemplos no nos faltan en la historia. Recurrentemente encontramos casos de sociedades avanzadas y débiles que son sometidas por otras más primitivas y fuertes. Los godos a los romanos, los árabes a los persas, los mongoles a los chinos, los turcos a los árabes, los aztecas a los mayas. Una sociedad se superponía a otra produciéndose luego fusiones o absorciones más o menos acentuadas. Cuando la tecnología militar no lo impedía, el pueblo más necesitado prevalecía sobre el más acomodado. El grupo más civilizado se veía sorprendido una mañana al despertarse sojuzgado por el más primitivo.
La revolución industrial y la globalización vino en cierto modo a cambiar esta pauta, no obstante, desde entonces podemos observar el mismo patrón de comportamiento en la arena económica. La economía global es el campo de batalla moderno en el que las naciones compiten. Y tras décadas de supremacía occidental, ahora son naciones otrora deprimidas las que adquieren relevancia. China y otros países del sureste asiático, acostumbrados a ser exprimidos por los intereses occidentales, se levantan ahora como potencias económicas que nos adelantan. Sus ciudadanos, antes explotados como mano de obra barata al servicio de los intereses occidentales, nos visitan ahora como turistas adinerados, compran nuestra deuda pública y se hacen con nuestras empresas. Otro tanto podemos decir de Hispanoamérica, antes fuente de inmigrantes para Europa y ahora destino de nuestros profesionales más cualificados.
Empleo, estabilidad, consumo, vacaciones, derechos, servicios públicos, todo ello deteriorado con la crisis, nos han llevado a echarnos a llorar. Los casos de síndromes depresivos se disparan y aumentan los suicidios. ¿Por qué nos hemos vuelto débiles? ¿Por qué a muchos les resulta tan doloroso la renuncia al mundo que conocíamos?
En mi opinión, la ausencia de experiencias suficientemente adversas junto con una formación carente de referencias válidas han dejado sin armas a toda una generación de profesionales.
Con respecto a la experiencia quién no ha escuchado a los más ancianos de entre nosotros quejas sobre lo delicado de los más jóvenes y bisoños. Y, sin emitir ningún juicio acerca de la profesionalización de los ejércitos, por mi parte recuerdo el positivo cañonazo de realidad que me supuso el servicio militar, periodo en el que el joven ciudadano de antes se enfrentaba a una experiencia dura e intensa, y en el que obtenía recursos valiosos para enfrentarse a duras pruebas posteriores en su vida profesional.
Cuando se viven experiencias adversas, la persona resulta fortalecida tanto por el sufrimiento vivido como por la autoestima que le reporta el haberse enfrentado a ellas y haberlas superado. Nadie siente temor ni angustia por algo que ya conoce incluso en grados superiores. Es la cualidad que los expertos llaman resiliencia. La capacidad para afrontar con serenidad las crisis, los contratiempos y las situaciones de tensión. La habilidad para hacerlo con mente fría y actitud positiva. Yo lo llamo agua oxigenada (H2O2, dos huevos, dos ovarios). Con perdón.
No obstante, no somos del todo dueños del mundo que nos ha tocado vivir. Y nadie que pueda dar a sus hijos una existencia segura y pacífica se privará de hacerlo. Es por tanto con la formación como podemos suplir esta ausencia de experiencias para fortalecernos y ejercitar nuestra resistencia interior. Aquí se encuentra la clave que nos ilumina el camino, la esperanza que nos dice que hay mucho que podemos hacer por nosotros mismos. No hablo aquí de alistarse en los boinas verdes. Bastaría con bajar el listón de nuestra repulsión hacia lo primario al mismo tiempo que abrir las puertas a los conocimientos adecuados.
Dado que hemos olvidado el difícil camino que nos ha conducido hasta aquí, la solución es recordarlo. Los científicos definieron la source amnesia, el olvido de las fuentes, como la incapacidad para recordar dónde, cuándo y cómo hemos aprendido algo. Este fenómeno aplicado en las patologías del cerebro podemos aplicarlo también al caso del jamón de York. Hemos olvidado que somos Homo sapiens, que somos depredadores, que matamos a otras especies para sobrevivir. Hemos olvidado que nuestros mayores lograron el mundo donde nacimos a costa del sufrimiento, el hambre, el dolor y la guerra. Y hemos olvidado que fueron guiados por líderes que construyeron ese mundo.
Que tengan buena semana.
Tokugawa Ieyasu 徳川 家康 (1543 – 1616)
Shogun de Japón


























