21 enero 2013

LIDERAZGO Y SABIDURÍA. LA CONTRAFORMACIÓN NECESARIA.


  
Sólo el que sabe es libre y más libre el que más sabe. No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas.

 
Escena de Tiempos Modernos.
Enlace a la película completa al pie del artículo.

En 1936 Charles Chaplin escribió, dirigió y protagonizó Modern Times que se proyectó en España como Tiempos Modernos y ha pasado a la historia como una de las obras maestras del cine. Rodada en plena crisis económica de los 30, las ideas y denuncias que contiene están hoy tan vigentes como entonces y, como todo lo bueno, gana con el paso del tiempo. En la cinta se manifiesta en clave de humor el rechazo a los sistemas de producción tayloristas, la explotación del ser humano y la injusticia social. La obra es utilizada desde hace años por las escuelas y gurús de negocios para ilustrar conceptos como la alienación y desmotivación del trabajador y para advertir de los peligros de las tareas excesivamente especializadas y repetitivas de los puestos de trabajo.

Utilizo esta metáfora, llevada al extremo por la genialidad del maestro Chaplin, para introducir el concepto de súper-especialización y cojera intelectual del directivo moderno. Una tara que se nos coló en nuestra infancia y se quedó con nosotros, disimuladamente, como un virus latente que nos limita diariamente y sin hacer ruido. Unas trabas internas que, hija de las carencias formativas, crecen en nuestro interior sembradas desde nuestra primera escolarización. Escasos elegidos se curaron con su dedicación a sí mismos, pero aún son muy pocos.

No trataré en este artículo las tan manidas controversias acerca de si nuestros sistemas educativos incluyen materias morales o cívicas en cantidad suficiente y de equidad contrastada. Nada diremos sobre los subsistentes sesgos religiosos que aún perviven en el sistema, bien por la selección de materias, bien por su contenido, bien por la institución enseñante.


El jardín Zen nos transmite armonía y paz.

No obstante, diré que los sistemas educativos oficiales, sin que sea posible achacarles más responsabilidad de la conveniente, han contribuido a la crianza de este mito sobre las especialización, tan obligatoria y temprana como carente de fundamento real. Un modelo educativo en el que desde los quince años se presenta al educando la disyuntiva entre ciencias y letras, entre tecnología y humanidades, entre lo pretendidamente moderno y lo presuntamente caduco, como caminos divergentes, como calzadas diferentes en las que caminar y desarrollarse el resto de sus días, en un continuo proceso de especialización, que hace ese camino muy largo desde luego, pero también muy estrecho, generándose de este modo desarrollos carentes de armonía y equilibrio.

En el directivo de hoy en día, engendrado en el sistema educativo vigente y formado con posterioridad, a voluntad suya en ocasiones y de su empresa las más de las veces, en escuelas e institutos de negocios más o menos prestigiosos (y caros), se manifiestan estas carencias con mayor notoriedad que en el resto de profesionales. A mayor exigencia y a mas capacidades requeridas, mas evidentes las lagunas y las calvas. A nuestros ejecutivos se les ve el cartón.
 
De mi experiencia como acuariófilo aprendí que, siendo el hierro un esencial elemento para la prosperidad de toda planta acuática, ninguna cantidad de hierro disuelto es lo suficientemente grande si no se encuentran en el agua las pequeñísimas concentraciones de los llamados elementos traza, algunos de los cuales desempeñan la única misión de habilitar la absorción del hierro por parte de algunos organismos vivos del acuario. De igual modo, pensé, nos empeñamos en la acumulación incesante de conocimientos presuntamente propios de nuestra labor directiva, con el objeto de ser los mejores en nuestro campo. Y sin embargo muchos de los directivos difícilmente traspasan las fronteras de la mediocridad cultural, alejados así de la iluminación y limitando de ese modo la asimilación de aquellos conocimientos técnicos que pretende desplegar como director de personas. Porque el desarrollo armónico de la persona al que aludíamos más arriba es necesario para aprovechar el efecto de cualquier formación. Recordemos que armonía es el equilibrio de las proporciones entre las distintas partes de un todo, y su resultado siempre connota belleza.

La cultura por tanto.

Una palabra que, fíjense qué diabólico, utilizamos generalmente en la tercera de las acepciones que muestra el diccionario de la RAE: conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc. Pero de la que nosotros reivindicamos su segunda: conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico. Y nunca deberíamos olvidar la primera que es sencilla y primitivamente cultivo. Nuestra sociedad ha saltado (bajado) al tercer peldaño, olvidando los dos anteriores, en el manejo habitual de tan importante palabra. En el siglo XIX, Matthew Arnold definió esta visión como high culture (alta cultura) y la describió como conocer lo mejor de lo que se ha dicho y pensado en el mundo 

D. Luis de Góngora y Argote

Alguien culto es por tanto alguien cultivado. Alguien que ha sembrado en sí mismo para recoger después los frutos. Recuerdo con cariño que Don Juan Cabezas, mi viejo profesor de niñez, presentaba al hombre culto como el ejemplo a imitar y perseguir. Si un niño respondía alguna barbaridad analizando la sintaxis de algún poema de Góngora, sencilla y duramente le bramaba ¡inculto!
  
Todo lo dicho está al servicio del concepto de contraformación.  La palabra no existe, es cosa mía. Y pretendo denominar con ella al doble y necesario proceso en el camino de la excelencia formativa. Por un lado, suplir las carencias que la formación estándar va dejando en nosotros desde la infancia hasta el MBA. Por el otro y mucho mas difícil, el desmontaje de los mitos aprendidos, el reseteado y puesta a cero en muchos dogmas y premisas inyectadas en vena, grabadas a fuego en nuestro cerebro por el proceso desculturizador implantado en el sistema y los usos sociales.

Estos procesos, en apariencia tan hercúleos como los doce trabajos, no lo son tanto y, en cualquier caso, es un camino que no terminaremos nunca, pues su duración debería ser la duración de nuestra vida. Lo importante es el camino de baldosas amarillas y, como en tantas cosas, iniciarlo sabiendo que, hasta un camino de mil leguas, comienza con un primer paso.

Como ya advertía el malogrado Stephen Covey en la dimensión mental de su séptimo hábito, la educación es una renovación vital. (…) Las personas proactivas pueden imaginar muchos modos de educarse. Resulta extremadamente valioso adiestrar la mente para que tome distancia respecto de su programa y lo examine. Esa es para mí la definición de la educación humanística: la capacidad para examinar los programas de la vida, en el marco de otros paradigmas, y de los interrogantes y propósitos de mayor alcance. El adiestramiento, sin una educación de ese tipo, estrecha y cierra la mente, pues los supuestos subyacentes de ese mismo adiestramiento nunca son objeto de examen. Por ello es tan valioso leer con amplitud y exponerse a los grandes pensadores.

Que tengan buena semana.




Sólo el que sabe es libre y más libre el que más sabe. No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas.
D. Miguel de Unamuno y Jugo
 
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