27 octubre 2013

FRITO DE MITOS



El nacionalismo es el hambre de poder saciada por el engaño a uno mismo



Si ello no constituyera un episodio digno de los Monty Python, la desinformación y el gazpacho mental habrían de inscribirse como Bienes de Interés Cultural (BIC) en España. Tal es el grado de confusión de léxico, mezclas de conceptos, tergiversación de hechos, barbaridades históricas, retorcimiento de símbolos, verdades a medias y manipulación ideológica que unos sirven y otros consumen y que acaban mareando a cualquier observador que se esfuerce por mantenerse ecuánime.

Diariamente contemplamos declaraciones políticas y comportamientos sociales que reúnen en un mismo hecho la  incoherencia palmaria, el absurdo de dar importancia a lo accesorio, junto con la masiva aceptación de lo erróneo. En el plano político, llama mi atención el fenómeno, típicamente español, de apropiación/cesión de simbología y espacios ideológicos: cómo unos ceden a otros, que se lo apropian indebidamente, cualquier signo o idea que no ostenta intrínsecamente ningún color político o partidista.

Los efectos en nosotros no son nada desdeñables. Inconscientemente, los españoles vivimos en un permanente estado de nervios por designio de los medios de comunicación. Diariamente, portadas de telediarios y titulares de periódicos nos muestran las niñerías nacionalistas del día, las calamidades del ministro de moda o las declaraciones de tal o cual entrenador de futbol. La perversión del derecho a informar y de la libertad de prensa nos convierte en víctimas de la sacrosanta libertad para ser mentidos y de la libertad para ser manipulados.
Marco Aurelio Antonino Augusto (121-180)
Autor de Meditaciones

No estoy seguro de si escribo este artículo para los lectores o para mí mismo. Quizá un poco de todo. El caso es que me encuentro ante la desasosegante necesidad de escribir por las cosas que veo y vivo a mi alrededor. Recurro como siempre a los orígenes y a la Historia para encontrar el fundamento que permita interpretar la realidad actual. Vayan ahí por tanto una serie de levedades históricas, un frito variado de Meditaciones aurelianas, para aumento de nuestros recursos a la hora de observar la realidad.

EL MITO DE LOS SIMBOLOS

Soy consciente de las alergias que produce la bandera de España a algunas personas. Esto despertó mi curiosidad acerca de las causas últimas que provocan este rechazo, tan, otra vez, típicamente español. Lo primero que concluyo es que a estas personas, jóvenes o no tan jóvenes, nadie debería juzgarles con severidad, antes bien deberíamos entender los porqués de esta irónica situación, en tanto que los símbolos compartidos deberían, en teoría, hallarse exentos de connotaciones políticas o ideológicas. Sin embargo no es así para muchos. Dado que concluí que, una vez más, se manifestaba el fenómeno del desconocimiento histórico unido al fenómeno apropiación/cesión, pienso que la mejor cura, como siempre, es el repaso de la Historia (la de verdad).

La forja de los estados modernos que vive Europa a partir del renacimiento es un proceso de siglos que hunde sus raíces hasta la antigüedad. El paso de nación o pueblo a estado o país estructurado tal y como hoy lo conocemos, no se produjo a la misma velocidad en todas partes. La vuelta a unas estructuras de gobierno y ordenamientos jurídicos equivalentes a los del imperio romano le costó a Europa mil añitos de nada y unas cuantas guerras. Unos países fueron surgiendo antes que otros y hasta los hubo que acabaron conformándose en pleno siglo XIX (Alemania e Italia, qué les parece). Sin embargo España fue muy precoz en esto. La correspondiente Unión de Reynos, más o menos azarosa o planificada, acabó por reinventar la estructura hispánica que conocemos hoy, con un gobierno fuerte y un sistema administrativo eficiente. No debe olvidarse, que en un principio estos estados nacían como cortijos del rey de turno, monarquías más o menos absolutistas que eran las propietarias del país como lo somos nosotros de nuestras casas. Lo de la soberanía popular y la democracia vino (o retornó desde la antigüedad) un poco más tarde. Pero esto no es el objeto de este artículo. La cosa es que España no fue una excepción y, en un entorno en que el resto de Europa dormitaba casi en el medievo y con el pelotazo de descubrir América, no es de extrañar que este país acabara por controlar medio mundo mientras se acuchillaba con el otro medio.

Estos nuevos estados pasaban a dotarse de su correspondiente simbología identificadora, primero con carácter militar o bélico y poco a poco en el orden institucional. Las raíces guerreras de toda bandera no deberían sorprendernos a los pacíficos ciudadanos del siglo XXI: toda bandera es heredera de los vexillum y otros signa romanos, utilizados para garantizar la cohesión de las unidades militares en el campo de batalla. La primera bandera que utiliza España es la cruz o aspa de Borgoña sobre fondo blanco (amarillo durante una temporada a capricho de Felipe II). Este trapo fue el que más o menos identificaba a España y sus posesiones durante los siglos XVI y XVII.

Antonio Valdés y Fernández Bazán
1744-1816

A principios del siglo XVIII, con el advenimiento de la casa de Borbón al trono de España a resultas de la consabida guerrita, los nuevos amos del cortijo cambiaron esta bandera por la de su familia, que era (y siguió siendo) totalmente blanca. Una vez más se manifiesta que aquello del pueblo, sus gentes, su identidad y su unidad estructural eran todavía cuentos chinos. Todavía estaban por llegar las revoluciones americana y francesa (por este orden). Lo que importaba de momento era la familia del rey de turno. No obstante, es debido a un Borbón la introducción de la enseña que conocemos hoy. Resulta que a Carlos III y sus ministros se les hincharon los cojones de que los ingleses siempre excusaran sus ataques a navíos españoles con el argumento de confundirlos con franceses o napolitanos. Así que este hombre comenzó a romper tradiciones y convocó un “concurso” para cambiar la bandera de sus barcos, fueran de guerra o mercantes. El encargado de recoger todas las ideas posibles fue Don Antonio Valdés y Fernández Bazán (1744-1816), uno de esos personajes que han pasado a la Historia dejando la clase de huella que eclipsa su propio nombre hasta hacerlo olvidar. Casi nadie recuerda su nombre ni tampoco la mayor parte de su labor callada al servicio de la marina de España, su organización, modernización e implicación en expediciones científicas que cartografiaron costas de América del Norte, Alaska y Oceanía. Este hombre, como resultado de sus entrevistas, encargos y trabajos presentó al monarca la siguiente relación de modelos, cada uno de los cuales bien podría haber sido la bandera de España en la actualidad.




Es cierto que todas las propuestas cumplían con el objetivo de hacer fácilmente identificable en el mar a un barco. Pero habría mil y una combinaciones diferentes que lograrían esto. Sin embargo, hasta un niño se daría cuenta de que la mayoría de los diseños estaban inspirados en la enseña de Aragón, constituida desde la edad media por las bandas rojas y gualdas que hoy apreciamos en las banderas autonómicas de Cataluña, Valencia, Baleares y obviamente Aragón. El regio dedo de Carlos III resolvió el “concurso” eligiendo las que observamos en primer y tercer lugar, según fueran barcos de guerra o mercantes, si bien el monarca se empeñó en que el escudo real se viera más grande en la primera, por lo que mandó que la banda central fuera de doble ancho con respecto a las otras dos. En este aspecto simbólico también España fue pionera, pues esta bandera nace antes que las de potencias de su entorno como Inglaterra (1801) y Francia (1794). Aunque pueden encontrarlo sobradamente por muchas partes, no me resisto aquí a reproducir el texto del Real Decreto de 1785.

"Para evitar los inconvenientes y perjuicios que ha hecho ver la experiencia puede ocasionar la bandera nacional de que usa Mi Armada Naval y demás Embarcaciones Españolas, equivocándose a largas distancias ó con vientos calmosos con la de otras Naciones, he resuelto que en adelante usen mis Buques de guerra de Bandera dividida a lo largo en tres listas, de las cuales la alta y la baja sean encarnadas y del ancho cada una de la cuarta parte del total, y la de enmedio, amarilla, colocándose en ésta el Escudo de mis Reales Armas, reducido a los dos quarteles de Castilla y León, con la Corona Real encima; y el Gallardete en las mismas tres listas y el Escudo a lo largo, sobre Quadrado amarillo en la parte superior. Y que las demás Embarcaciones usen, sin Escudo, los mismo colores, debiendo ser la lista de enmedio amarilla y del ancho de la tercera parte de la bandera, y cada una de las partes dividida en dos partes iguales encarnada y amarilla alternativamente, todo con arreglo al adjunto diseño. No podrá usarse de otros Pavellones en los Mares del Norte por lo respectivo a Europa hasta el paralelo de Tenerife en el Oceáno, y en el Mediterráneo desde el primero de año de mil setecientos ochenta y seis; en la América Septentrional desde principio de julio siguiente; y en los demás Mares desde primero del año mil setecientos ochenta y siete. Tendréislo entendido para su cumplimiento.

Señalado de mano de S.M. en Aranjuez, a veinte y ocho de Mayo de mil setecientos ochenta y cinco

No dejen de observar cómo antes que los Estados Unidos, España también patrullaba el planeta. Obsérvese también que el escudo real no incluye las mencionadas barras del reino Aragón, solo los símbolos de Castilla y Leon, en mi opinión en un disimulado intento de compensar el excesivo peso colorista de la senyera catalano-aragonesa en el nuevo diseño. Este parecido evidente, fue objeto de “enmienda” por parte de los diseñadores de 1931, como veremos más adelante.


D. Joaquín María López de Oliver
1798-1855
El símbolo no fue “ascendido” a bandera nacional hasta 1843, en el que un gobierno ya constitucional, el presidido por D. Joaquín María López de Oliver aprueba la supresión de la variante mercante y la extensión del primer modelo a todas las unidades militares, así como su designación como bandera nacional. El Real Decreto, firmado por una Isabel II de 13 años, puede contarse como la confirmación del símbolo español por excelencia que se mantiene hoy día. Curiosamente el Presidente del Gobierno en aquel tiempo y artífice de la extensión nacional de la bandera, el mencionado Joaquín María López, era alicantino (de Villena),  al cual suponemos muy del gusto del colorido rojigualda, idéntico al de su tierra. Era un liberal convencido que tuvo que exiliarse a Francia huyendo de los absolutistas monárquicos. A pesar de ser criticado por su pragmatismo, tuvo el mérito de conducir una transición política desde el final de los absolutismos fernandinos hacia escenarios más progresistas al estilo europeo.

Este símbolo común, que vivió su arriado en Cuba, Filipinas y otros enclaves menores del exhausto imperio español, no cambia ya hasta la publicación en La Gaceta de Madrid (predecesora de nuestro BOE) del Decreto de 27 de abril de 1931 en que el Gobierno establece la que será bandera oficial y constitucional de España hasta el 1 de abril de 1939. Es la conocida bandera tricolor, en la que se introduce el color morado para su franja inferior. Merece la pena la lectura sosegada de este Decreto en el que se introducen los históricos cambios. Reproduciré aquí los fragmentos que me parecen más interesantes para ilustrar los  tres valores fundamentales que muchos hoy ignoran que adornen a esta bandera de nuestros padres, la bandera de España del periodo 1931-1939.

En primer lugar, el Decreto rebosa patriotismo y referencias a la grandeza y unidad de España:

...La han saludado las fuerzas de mar y tierra… 

...ha recibido de ellas los honores pertenecientes al jirón de la Patria...

…la bandera, que significa paz, colaboración de los ciudadanos bajo el imperio de justas leyes. Significa más aún: el hecho, nuevo en la Historia de España, de que la acción del Estado no tenga otro móvil que el interés del país,...

En segundo lugar, respeto hacia la bandera anterior:

…Hoy se pliega la bandera adoptada como nacional a mediados del siglo XIX. De ella se conservan los dos colores…

…Las Autoridades regionales dispondrán que sucesivamente sean depositadas en los Museos respectivos las banderas y estandartes que hasta ahora ostentaban los Cuerpos armados del Ejército y los Institutos de la Guardia Civil…

…El transporte y entrega de dichos emblemas se hará con la corrección, seriedad y respeto que merecen…

Bandera de España
1931-1939
Y en tercer lugar, la explicación del cambio, un nada disimulado guiño a la centralización de un Estado fuerte, una, como decíamos antes, "enmienda" que viene por otra parte a confirmar el anterior desequilibrio cromático de las dos grandes masas que conformaban España, Castilla y Aragón. Por tanto, se conservaban los colores rojo y gualda...

…y se le añade un tercero, que la tradición admite por insignia de una región ilustre, nervio de la nacionalidad, con lo que el emblema de la República, así formado, resume más acertadamente la armonía de una gran España.

Es decir, el color de Castilla, el morado que pasó así a constituir la franja inferior de la enseña, que al mismo tiempo igualaba sus anchos. La moderna controversia sobre si el color original de Castilla era el morado o el rojo carmesí no viene a cuento en tanto que por aquella época era generalmente admitido como histórico el morado. La alusión a Castilla como nervio de la nacionalidad es una mención que hoy en día sería considerada políticamente incorrecta y desde luego del todo inaceptable para los regionalismos catalán o vasco (quizá con razón). En todo caso, lo importante es reseñar el fundamento sobre la tradición del nuevo color, y recordar que no fue ni caprichoso ni estaba tintado de afinidad política alguna, a no ser la de la libertad y la soberanía popular que hoy tan de cajón nos parecen.

Esta bandera permaneció como oficial del Estado Español como decíamos hasta el 1 de abril de 1939, fecha en que dicho Estado es sustituido por la fuerza por un nuevo régimen, como el anterior sin monarca, que recuperaría la bandera anterior. Original en casi nada, este nuevo régimen se limitó a modificar el anterior escudo constitucional copiando al de los Reyes Católicos por la cara.
Escudo de Ysabel y Fernando

En el escudo de los Reyes Católicos de 1492, el águila representa al evangelista San Juan y ya lo utilizaba la casa de Hohenstaufen de la cual lo hereda Fernando de Aragón. El uso del águila permanece en Europa desde tiempos del Imperio Romano y se ha mantenido vigente hasta nuestros días en distintos formatos. La corona real se apoya sobre los blasones de los reinos de España que aparecen cuartelados y dan cabida a Granada. No me resisto a hablar de los símbolos personales de los reyes. Isabel adoptó las flechas, aludiendo con su inicial a su esposo Fernando, mientras éste adoptaba el símbolo del yugo y nudo gordianos cuya inicial aludía a su amada Ysabel. El posterior manoseo y descarada manipulación de un símbolo que nació hablando de amor y unión no debería merecer del español ilustrado más que una irónica sonrisa. Las columnas de Hércules se añadieron en tiempos de Carlos I. 

Escudo de España
1939-1981
Por desgracia, algunos otorgan hoy una inmerecida originalidad a este nuevo escudo y, dada las connotaciones negativas que muchos atribuyen a aquel periodo histórico, extienden su opinión a escudo y bandera, concediendo inconscientemente al usurpador/copiador un mérito y una importancia que no merece. Aquí reproducimos el escudo oficial de España que durante el periodo 1939-1981 mantuvo ligeras variaciones de diseño y formato. A pesar de lo obvio del plagio, como digo, el personal pronto olvidó a los reyes católicos, o peor aún, casi los imaginó camaradas de los militares rebeldes. Cosas de la manipulación mediática que los gobiernos europeos de aquel tinte supieron manejar magistralmente. El escudo conserva las dos columnas de hércules que ya figuraban, como dijimos más arriba, desde Carlos I. Este escudo es ilegal en España desde el 5 de octubre de 1981.

La bandera constitucional (1978) de hoy día conserva la estructura roja y amarilla que ondeó en Trafalgar (1805). Su escudo, aprobado en 1981, elimina al negro volátil definitivamente. En mi opinión esta bandera de hoy quizá no sea la mejor del mundo. Quizá nuestros antepasados podrían haberlo hecho mejor y esforzarse un poco más. Pero lo que considero cierto es que, opinemos como opinemos, lo mejor que podemos hacer es conocer el origen de los símbolos. Y tomar nota de dos asuntos fundamentales. En primer lugar que lo importante es el valor del símbolo, si es que le damos alguno. Nosotros le otorgamos ese valor, sea bueno o malo, sea grande o nulo, y de nosotros depende todo lo que el símbolo viene a representar. En segundo lugar, no olvidemos la lección del Decreto de 1931 que plegó con todo el respeto la bandera que vino a sustituir, haciendo alarde de la grandeza que supone siempre mirar hacia adelante, sin escupir en el camino que vamos dejando atrás. 

MITOS DEL FUTBOL

Un caso curioso que podemos mencionar aquí en relación con lo anterior son los símbolos de los equipos de futbol. Desde el principio, los clubs de fútbol se dotaron de su simbología propia, plasmada fundamentalmente en un escudo. Podríamos analizar todos y cada uno de los escudos y explicar sus particularidades y no acabaríamos nunca. Por eso, solo me limitaré a ensayar con los dos clubes más importantes de la liga española (después del Real Betis), el Real Madrid y el F.C. Barcelona. En los escudos de estos dos equipos podemos observar los factores históricos que los originaron y cómo en un caso existe la concordancia histórica correspondiente y en otro lo azaroso de la elección del símbolo provoca todavía hoy no pocas incomodidades a dirigentes y aficionados.


El escudo y uniforme del Real Madrid, con su sencillez y economía de colores, reflejan el carácter que manifiesta su nombre, nos guste o no. Blanco por la casa de Borbón de la que se precian estar favorecidos y morado por Castilla. En 2001 el Madrid cambió poco a poco este morado por un azul marino por cuestiones de marketing. La corona real aparece de sombrero aludiendo a su propio nombre. En cuanto al Barcelona la cosa se enreda más y aquí viene la curiosidad simbólica. Su configuración procede de un diseño que incluye la Cruz de San Jorge (Creu de Sant Jordi) representativa de Barcelona (como Inglaterra) y las barras catalano-aragonesas. Sin embargo, su principal curiosidad procede de la parte inferior, colores introducidos por el diseñador en honor a Hans Gamper (no Joan Gamper, recuerden, Hans), un ilustre atleta suizo (de los pocos). Por cierto que entre los doce fundadores de tan catalán equipo había seis españoles, tres ingleses, dos suizos y un alemán. En honor a este presidente fundador del glorioso club catalán, se dotó al escudo de los mismos colores del Basilea, equipo suizo que todavía los conserva, como vemos en la siguiente ilustración. 



A los dirigentes actuales del F.C. Barcelona no parece afectarles dicha asincronía simbólica, aunque de buena gana quisieran lucir la segunda equipación en casa (por cierto me gusta mucho la segunda equipación del Barça). De todas formas, no perderemos de vista a tan querido equipo: ya ha dicho claramente su presidente Sandro Rosell, "no me imagino jugar en otra liga que no sea la española". O en su defecto en la suiza, nunca se sabe.



EL ESPAÑOL ES MENTIRA

¿Qué me dirían si les dijera esto? ¿Resulta que nuestro idioma oficial, al que llamamos español no existe? No tanto. Pero casi. Al menos no constitucionalmente. 

Encierra toda la lógica que de fronteras hacia fuera, la costumbre, la lógica, la tradición y sobre todo los extranjeros hayan denominado como español (spanish) al idioma hablado por los españoles en el exterior. No obstante existir en el seno de España varias lenguas, el castellano, como idioma común, utilizado por los españoles en el exterior desde el siglo XV y como lengua colonizadora de un total de 400 millones de hispanohablantes actuales, se labró su propio lugar en el mundo. De tal modo los lingüistas actuales mantienen la unanimidad de considerar español y castellano como palabras sinónimas.


Siendo lo anterior una verdad como un templo, no deberíamos perder de vista la redacción actual del artículo tercero de nuestra constitución que consagra el idioma oficial de España:

Artículo 3.
1. El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla.
2. Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos.
3. La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección.


Me gusta este artículo de la constitución. Y me gusta porque responde a un mecanismo psicológico natural que cualquiera comprendería: si le niegas a otro una cualidad, el otro rechazará todo deseo de poseer tal cualidad. Dicho en otras palabras: si quieres mantener España unida, no le digas a algunos españoles que no son españoles o que son menos españoles que tú.

Y parece lógico abrazar la causa de nuestro artículo tercero que habla de lenguas españolas al mismo tiempo que consagra la oficialidad del castellano como lengua común. Y todo eso con la elegancia de no llamarlo español, entre otras cosas porque al español no hace falta que lo defienda nadie, se defiende solito.


Como siempre, tampoco está de más recordar que nuestro artículo tercero se parece mucho a nuestro anterior artículo cuarto, es decir, al Art. 4 de la Constitución de 1931. Siendo debatido en las Cortes Constituyentes el mencionado artículo del nuevo orden, cuenta la Historia, que el diputado conservador Abilio Calderón propuso sustituir castellano por español, a lo que, levantándose de su escaño en el Congreso, el diputado nacionalista catalán Gabriel Alomar respondió que "si la lengua española es el castellano, entonces mi lengua catalana, el vasco y el gallego, no son lenguas españolas". 

Tal obviedad quedó cabalmente plasmada en dicho artículo cuarto que, como verán, se parece increíblemente al actual.

Artículo 4. El castellano es el idioma oficial de la República. Todo español tiene obligación de saberlo y derecho de usarlo, sin perjuicio de los derechos que las leyes del Estado reconozcan a las lenguas de las provincias o regiones. Salvo lo que se disponga en leyes especiales, a nadie se le podrá exigir el conocimiento ni el uso de ninguna lengua regional.
Gabriel Alomar Villalonga
Político, diplomático y ensayista español


Las leyes especiales a que hace referencia el artículo eran los Estatutos de Autonomía correspondientes. Y por cierto, dicho señor Alomar, mallorquín por más señas, una vez promulgada la constitución, pasó a desempeñar el cargo de embajador de España en Italia. 


La lección histórica que saco de este caso es que cuesta muy poco tener la delicadeza de utilizar la denominación de castellano cuando nos refiramos a él de puertas para adentro, es decir, cuando lo pongamos en relación con otras lenguas tan españolas como él. Se aplicaría por tanto la regla justamente exigida por Gabriel Alomar, de modo que tan español es el castellano como el catalán. Y es que para convivir en esta España nuestra, la de hoy y la de siempre, los pequeños detalles son los que marcan la diferencia entre la paz y la crispación de muchos.


Que tengan buena semana.



El nacionalismo es el hambre de poder saciada por el engaño a uno mismo
George Orwell (1903-1950)
Escritor y periodista británico



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