12 mayo 2013

LA IMAGINACIÓN ILÓGICA


Hay algo más importante que la lógica: es la imaginación.

Me apresuraba yo para tomar el metro, pequeño y eficiente trenecito que cruza la ciudad en tiempo record, reciente regalo de la modernidad a esta Sevilla que tardó 30 años en hacer las obras, de tanto pensárselo. Mi viaje empezó con normalidad, acercando mi tarjeta, llamada de proximidad, al lector de la puerta de acceso, que también con normalidad se abrió ante mí, como hacía con todos los pasajeros que nos apiñábamos a cruzarla en aquella hora punta.  Al terminar el trayecto me dirigí a los tornos de salida donde se debe validar de nuevo la tarjeta para contabilizar el trayecto y la correspondiente salida a superficie. Y allí quedé, detenido por aquella máquina que me decía insistentemente que no contaba con billete válido a través de su pantallita de cristal. Busqué no sin dificultad la ayuda de algún personal del metro pero solo encontré a un vigilante de seguridad que con toda la amabilidad me dijo que comprobaría la incidencia. Por radio comunicó con la central donde le dijeron que no constaba mi acceso y que por tanto mi viaje había sido sin pagar. Estupefacto escuché que debía pagar la sanción correspondiente a un viaje no regularizado, para lo que podía dirigirme a otra máquina y seleccionar la opción Regularización. Como no podía creerlo, le dije que necesitaba la presencia de algún personal de metro, para escribir la correspondiente Hoja de Reclamaciones. A lo cual accedió el agente de seguridad advirtiéndome en todo momento que por mucha Hoja que pusiera, yo de allí no me iba sin pagar la multita, eran los procedimientos establecidos. Se veía que me creía, cuando le decía que yo había picado mi billete con normalidad y que la puerta de acceso se había abierto como siempre, bip incluido. Pero su sumisión al procedimiento y a la máquina ejercía en él un influjo hipnótico.
Llegada la comercial, se mostró muy empática con mi situación y la creí cuando me dijo que me creía. No obstante, me confesó azorada que no podía hacer nada, que si el sistema informático no ha registrado mi entrada, nada me podría dejar salir a no ser que regularizara, que pagara vamos. Con la sensación de estar viviendo una situación extraña, rellené la Hoja de Reclamaciones para que al menos alguien se tomara la molestia de leerla. Una vez sellada me acompañó amablemente a la máquina a pagar mi multita, que no por barata dejaba de doler. Increíblemente la maquinita se negaba a aceptar mis monedas, escupiéndolas una y otra vez cuando pulsaba en Regularización. Abochornada la amable empleada me dijo que si por ella fuera, me dejaría ir, pero claro, había cámaras que todo lo observaban y quedaba fuera de toda consideración esa posibilidad. El ojo de la máquina se cernía sobre nosotros. Finalmente regularizado, abandoné la estación con una bonita Hoja en mi cartera y un buen recuerdo de aquella considerada comercial.
Al cabo de los días, recibí carta de Metro de Sevilla donde me decían, en resumidas cuentas, que el sistema dice lo que dice, que yo no entré, que por tanto viajé sin billete y que así son las cosas y pago al canto. Sorprendentemente, al final de la carta me decían que disculpara y que pasara a recoger el dinero de la multa para resarcirme de mi gasto. La carta no puede ser más contradictoria, pues por un lado se someten a la contabilidad del ordenador y por el otro reconocen que no debía haber pagado. Algo así como: Estimado cliente, nuestro sistema es tan de puta madre que nunca falla y mejor que así sea pues nos ha costado un huevo y mitad del otro a todo contribuyente. Son tan infalibles que no necesitamos humanos que las supervisen. No obstante, ahí va su dinero. Que tenga un buen día y ninguna pregunta más.
En el Metro de Sevilla las máquinas mandan. Mandan tanto que mandan hasta cuando fallan. Y son infalibles, no por ellas, sino porque ellos las consideran infalibles.
Las máquinas. Infalibles, ecuánimes y racionales. A quién mejor que a ellas para cederles el control de nuestras vidas y negocios. Así nosotros los humanos podemos dedicarnos a otras cosas, como leer, ver la tele, pasear o apuntarnos al paro. Así que decidí escribir sobre este tema, porque es más profundo de lo que parece.
Cuando repasé la filmografía sobre el tema, reparé inmediatamente que el mundo del cine, visionario  y artístico, ha reflejado, recreado e incluso teorizado sobre las consecuencias negativas que la excesiva cesión de control a las máquinas nos ha reportado en el pasado o podrían reportarnos en el futuro.
En plena década del despegue de los ordenadores personales,  Jonh Badham dirigió el film Wargames, una cinta que teoriza sobre las consecuencias que el sucesivo crecimiento de la automatización de procesos y decisiones podría tener en el entorno de una guerra fría que en 1983 todavía mantenía al mundo al borde de la autodestrucción termonuclear.
Un año después James Cameron asalta las taquillas con The Terminator, una película de acción que encierra un mensaje similar, situando en un futuro móvil, una Tierra gobernada por Skynet, una supercomputadora creada por el hombre para su seguridad pero que decide en 2029 tomar el control de las armas atómicas para esclavizar a la raza humana.
Y más recientemente, Tony Scott dirige en 1995 Crimson Tide, traducida como Marea Roja en castellano, largometraje en el que la oficialidad de un submarino estratégico de los Estados Unidos se debate entre la obediencia a los procedimientos establecidos por las comunicaciones informáticas y la intuición humana fruto de una visión amplia e imaginativa de la situación.
Podríamos continuar citando películas con mensajes similares y no acabaríamos nunca. Alguien debería tomar nota de la preocupación del cine (y también de la literatura) por este tema.
La automatización de procesos y decisiones…. ¿por qué hemos reculado tanto? ¿cómo hemos cedido tanto control a los ordenadores?..
Nuestras empresas viven y crecen desde hace décadas gracias a la informática. Por ella hemos logrado un nivel de desarrollo y bienestar considerables. Las grandes corporaciones operan incapaces de gobernarse a sí mismas sin la ayuda de complejos ERP, CRM y otras siglas complejas y anglosajonas que designan la multitud de herramientas que apuntalan su gestión diaria. Eficiencia y rapidez que la ayudan en el proceso mecánico de sus operaciones y que al mismo tiempo las hacen vivir atenazadas por unos sistemas que son al tiempo su motor y su lastre.
La lógica de los ordenadores han provocado o casi provocado cracks bursátiles que se basaban en la toma de decisiones de compra o venta en función de la lógica de la evolución de los mercados, lo que provocaba vertiginosas espirales de ventas para desplome de los índices en cuestión de minutos.
Y cuántas veces en mi vida profesional he encontrado quejosos directivos que se lamentaban de estar a expensas de la informática. Yo quiero hacerlo pero el sistema no nos deja… Esta alternativa no está contemplada por nuestros sistemas... Jamás podríamos hacerlo ya que esto tendrían que resolverlo primero en el departamento informático... Soy el Director pero no puedo hacerlo pues no me lo permite el ordenador…No puedo vender ese producto porque una modificación del programa costaría muchísimo…Es legal lo que me propone, pero no tenemos esa opción en el menú del sistema, así que no podemos hacerlo…

  El que tiene imaginación, con qué
  facilidad saca de la nada un mundo.
           Gustavo Adolfo Bécquer 


Por mi parte, durante mi experiencia ejecutiva, nunca dudé en saltarme a la torera los procedimientos. No vacilé en engañar, ignorar o puentear al ordenador para hacer lo que consideraba correcto y urgente. Nunca cedí ante la computadora, para desesperación de muchos subordinados que, como tantos, desarrollaban síndromes de Estocolmo galopantes por su servilismo ante el orden y la lógica.
Ni que decir tiene que también todos hemos experimentado a la inversa la productividad de las empresas en ausencia de informática. Días de fallos de hardware o de corte de suministro eléctrico, contemplan a las plantillas tomando café, charlando animadamente, ordenando sus mesas o tirando papeles viejos, para desesperación de los jefes, que ven como transcurren las horas perdiendo el tiempo y el dinero con una empresa en shock. No puedo pagarle (o enviarle una factura) hoy pues se nos ha caído el sistema informático…

 En momentos de crisis la imaginación
es más importante que el conocimiento.
                   Albert Einstein

La cuestión es si esta lógica, esta cesión de terreno a la razón de la máquina, esta sumisión a la dictadura del chip de silicio nos ayudará o no a la salida de la crisis. Pienso que de esta espiral de sinrazón totalmente lógica y cerebral, no nos sacarán las grandes corporaciones que se comportan racionalmente, que despiden trabajadores si prevén pérdidas, que encogen sus balances para adaptarse al entorno o que cierran sucursales porque así lo aconsejan sus modelos. Pienso que hemos cedido demasiado. Que las innumerables ventajas de la informática se han sobredimensionado,  que tantos y tan grandes son sus beneficios que hemos pensado que pueden sustituirnos en todo. Y  pienso pues que la llave de la salida de la crisis estará en los pequeños empresarios, en los valientes emprendedores que nos llevarán en volandas, porque trabajarán libres de tanta lógica y de tanto sistema de gestión, porque tomarán decisiones anticíclicas, porque no estarán condicionados por la razón o la lógica que encorsetan a las grandes empresas.
Así que no será el crédito lo que nos saque de la crisis. Ni los ordenadores. Ni los turistas adinerados… ni emigrar a Alemania…ni las gurús de la economía…. ni los políticos… ni el hacer los mismos lo mismo de siempre.
Los emprendedores lo harán. Y con solo dos cosas que las máquinas no podrán tener nunca: el valor y la imaginación.
Que tengan buena semana.
 

Hay algo más importante que la lógica: es la imaginación.
Alfred Hitchcock (1899-1980) Director de cine británico.

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