En efecto, en el fondo del melancólico y silencioso valle, al pie de
las últimas ondulaciones del Moncayo, que levantaba sus aéreas cumbres
coronadas de nieve y de nubes, medio ocultas entre el follaje oscuro de sus
verdes alamedas y heridas por la última luz del sol poniente, vi las vetustas
murallas y puntiagudas torres del monasterio en donde, ya instalado en una
celda, y haciendo una vida mitad por mitad literaria y campestre, espera
vuestro compañero y amigo recobrar la salud, si Dios es servido de ello, y
ayudaros a soportar la pesada carga del periódico en cuanto la enfermedad y su
natural propensión a la vagancia se lo permitan.
Debo agradecer la chispa de este
artículo a un hombre muy trabajador. Aquel hombre tan ocupado, estuvo a cargo
de una ponencia a la que asistí una mañana de noviembre en la fundación de una
gran empresa de la que, como siempre, he olvidado el nombre. Aquel importante
directivo debía hablar a su auditorio de buena mañana sobre el impacto que la
tecnología había tenido sobre la productividad de las empresas y sus
trabajadores.
En el comienzo, aquel bien pagado
ejecutivo no desaprovechó la oportunidad de contarnos lo tarde que se había
acostado el día anterior a causa de su tan dilatada como habitual jornada de
trabajo. Relató que aquella mañana le sorprendió en Madrid sin ningún tipo de
presentación preparada para nosotros. Pero que, no obstante haberle cogido el
toro, la tecnología le había permitido aprovechar las dos horas y media de
trayecto en AVE hasta Sevilla, para elaborar aquel PowerPoint que ahora
teníamos el privilegio de disfrutar todos los asistentes.
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Tu tiempo es mi oro (M. Burns) |
“¡WOW!” Grité para mis adentros. Aquel
tío era súper-productivo. No paraba nunca de trabajar y sacaba el máximo
partido de todas las herramientas que la tecnología ponía a su alcance. Su jefe
debía de quererle muchísimo.
¿Y alguien más?
“Creo
que vivir deprisa no es vivir, es sobrevivir.
Nuestra
cultura nos inculca el miedo a perder el tiempo,
pero
la paradoja es que la aceleración nos hace desperdiciar la vida.”
Reflexioné sobre un tema que se
ha convertido en uno de los sillares de mi pensamiento vital desde que leí “Elogio de la
lentitud”. Este libro que, como todos los regalados, uno lee de forma
especial, me ayudó a descubrir y a dar forma a ideas que a todos nos revolotean
por la mente, de un modo u otro. La obra se ha convertido con los años en
un mantra del movimiento Live Slow o
movimiento lento, una filosofía de vida que contrapesa la aceleración constante
de nuestra sociedad occidental y que pretende concienciarnos de la importancia
de calmarnos. El autor, Carl Honoré, nos alerta de que los ritmos de la vida humana tienen poco que ver con la comida
rápida, las agendas apretadas o el estrés al volante. Actividades como el descanso,
la comida, hacer la compra, viajar, hacer ejercicio o tener sexo, han sido sometidos a la
tiranía del tiempo, haciéndonos perder la única vida que nos ha sido dada.
Hasta en un viaje de placer caminamos aceleradamente para ver o hacer todo lo que
nos habíamos propuesto previamente.

Les iré dejando a lo largo del artículo algunas frases de
este libro, de lectura completamente recomendada.
“Hoy
todo el mundo sufre la ENFERMEDAD DEL TIEMPO:
la
creencia obsesiva de que el tiempo se aleja y
debes
pedalear cada vez más rápido”
Pero no me limitaré en este artículo a recomendarles libros. El
propósito de estas líneas, donde como ya saben siempre me mojo, es el de
abundar en el ya abierto debate de la productividad y el tiempo.
Mucho nos han sermoneado desde el inicio de la crisis acerca de la baja
productividad de España y los españoles. Y desde luego también nos han dado las
consabidas recetas los expertos de turno: trabajar más y por menos dinero.
Curiosamente, estos expertos obvian el hecho de que los países que precisamente nos
superan en productividad tienen sueldos mas altos y trabajan menos horas. Al
parecer España ha de encaminarse a ser la India antes que a ser Alemania.
“La
velocidad es una manera de no enfrentarse a lo que le pasa a tu
cuerpo
y a tu mente, de evitar las preguntas importantes…
Viajamos
constantemente por el carril rápido, cargados de emociones,
de
adrenalina, de estímulos, y eso hace que no tengamos nunca el tiempo
y
la tranquilidad que necesitamos para reflexionar y preguntarnos
qué
es lo realmente importante.”
Que la productividad de un país no está ligada
exclusivamente al nivel de sus salarios es algo que es pura matemática. Pero si observan la gráfica siguiente, podrán obsevar también que, científicamente, no por mucho trabajar, uno produce más.
Aunque llama bastante la atención que la curva se vuelve
practicamente insensible a incrementos de horas por encima de las 40 horas
semanales, lo que de verdad interesa es apreciar lo notablemente plana que es
esta gráfica. Es decir, realmente la productividad de los trabajadores está
poco afectada por el número de horas trabajadas.
“A menudo, TRABAJAR MENOS significa trabajar mejor.Pero más allá del gran debate sobre la productividadse encuentra la pregunta probablemente más importante de todas:¿PARA QUÉ ES LA VIDA?
Y todo esto caló en mi mente porque yo había estado allí. Yo había vivido en el pais de la falsa productividad, en el mundo de las jornadas interminables, en la tierra del trabajo sin límites. Pero era en mis vacaciones donde se me ocurrían las ideas. Era allí en la playa, descansando bajo mi sombrilla, donde me asaltaba la creatividad, donde tenía que apuntar en cualquier trozo de papel las innovaciones y proyectos que se me ocurrían.
El imprescindible descanso, el sosiego, el relax de la mente
y del cuerpo. Estas son la clase de cosas que la tecnología nos ha ido
arrebatando, de puntillas, sin que nos demos cuenta. Los perjudicados han sido
nuestra salud, nuestra creatividad y nuestra felicidad a partes iguales.
“Hay que plantearse muy seriamente
A QUÉ DEDICAMOS NUESTRO TIEMPO.
Nadie en su lecho de muerte piensa: “Ojalá que hubiera pasado más
tiempo en la oficina o viendo la tele”, y, sin embargo, son las cosas
A QUÉ DEDICAMOS NUESTRO TIEMPO.
Nadie en su lecho de muerte piensa: “Ojalá que hubiera pasado más
tiempo en la oficina o viendo la tele”, y, sin embargo, son las cosas
que más tiempo consumen en la vida de la gente."

“La lentitud nos permite ser más creativos en el trabajo,
tener más salud y poder conectarnos con el placer y los otros”
tener más salud y poder conectarnos con el placer y los otros”
La creación, la invención, la innovación. Esa capacidad que, según Mary
Shelley, algunos tienen para moldear los materiales oscuros e informes del
caos. Cuanto más creativo te propongas ser, mayor enemigo tendrás en la aceleración de tu tiempo. Y cualquiera que aspire a directivo o empresario debería ser bastante creativo. Así que si piensas que estás en el caso de vivir demasiado aceleradamente, quizá deberías cuestionarte hacer algunos cambios en su vida.
- ¿Por qué acumular todo el descanso en un mes del año? Desde que soy emprendedor, todos mis días compaginan descanso y trabajo. En mis semanas se conjugan la producción y el ocio. En mi vida no hay lunes. Configuro mis horarios y nunca me pesa madrugar. Lo mismo estoy atareado hasta las 11 de la noche, que otro día apago el ordenador a las 11 de la mañana.
- Haz pausas frecuentes en tu trabajo, todas las que necesites y sin poner en peligro el terminar las cosas que empieces.
- Quizá deberías cambiar de actividad y hacer algo que te apasiona. Si te dedicas profesionalmente a lo que te gusta, nunca tendrás que ir a trabajar. Y el tiempo será diferente para tí.
- A todo el mundo le gusta tener su casa junto al trabajo. Pero si no puedes mudarte junto a tu oficina, ¿qué tal llevarte la oficina a casa? Todavía son pocas las empresas que trabajan por objetivos o asumen en serio el teletrabajo. Por eso la gente emprende y monta su despacho, oficina o taller en casa. Algo que ya hicieron creadores como Bill Gates, por ejemplo.
- Realiza un uso inteligente de la tecnología. Utiliza las herramientas de gestion del tiempo, pero no para encadenar tareas de modo obsesivo y exprimir al máximo tu tiempo. Deja huecos entre ellas, distribuye tus tareas de manera espaciada en tu jornada. Incluye en cada una no más de 6 horas diarias de tareas programadas. No te averguences: otras tareas no programadas te asaltarán sobre la marcha y sin avisar y te verás obligado a dedicarles tiempo.
Terminaré con un ejemplo histórico de creatividad que me causa tal simpatía que no puedo dejar de utilizarlo aquí.
Samuel L. Clemens fue uno de esos hombres bendecidos con el genio de la fertilidad creativa. Nació en Missuri, Estados Unidos, en 1835. Fue un precoz y declarado defensor de los derechos de las mujeres y de los trabajadores. Criticó la discriminación racial y el incipiente imperialismo de su país. Y aunque esta arquitectura intelectual basta para ganarse mis simpatías, si tienen la suerte de leer su biografía, descubrirán un detalle curioso. Clemens era un hombre que trabajaba acostado.
Les cuento. Durante su viaje de novios por Europa, Samuel y su mujer,
Olivia, compraron una cama de matrimonio veneciana. Esta cama y su tallado
cabecero de madera oscura, enamoraron a Samuel de tal modo, que aquel lecho se
convertiría en su despacho profesional de por vida. Tanto le gustaba el
cabecero, que los Clemens dormían al revés, de cara a contemplar permanentemente
el trabajo de artesanía que tanto les gustaba. Acostado en su cama, Samuel escribió
cientos de obras, entre oratorias, literarias y periodísticas. Allí recibía a
sus amigos y familiares. Huttleston, Tesla, Stowe, Douglass y Howells fueron
algunos de los que tuvieron oportunidad de conocer a un genio acostado como
Samuel Clemens. Todos ellos certificaron que para él, las cosas marchaban de un
modo lento.
Clemens pasó a la Historia por libros como Las aventuras de Tom Sawyer o El príncipe y el mendigo, en los que
firmaba con el universal pseudónimo de Mark Twain, por el que ustedes y yo le
conocemos hoy.
Por cierto, Twain es el autor de una mis frases favoritas. La frase de un hombre que ahorra esfuerzos, sin duda: Si dices siempre la verdad, nunca tendrás que acordarte de nada.
Y como dice un proverbio ruso "Las prisas solo sirven para atrapar moscas".
No olviden pasear solos por la orilla del mar de vez en cuando.
En efecto, en el fondo
del melancólico y silencioso valle, al pie de las últimas ondulaciones del
Moncayo, que levantaba sus aéreas cumbres coronadas de nieve y de nubes, medio
ocultas entre el follaje oscuro de sus verdes alamedas y heridas por la última
luz del sol poniente, vi las vetustas murallas y puntiagudas torres del
monasterio en donde, ya instalado en una celda, y haciendo una vida mitad por
mitad literaria y campestre, espera vuestro compañero y amigo recobrar la
salud, si Dios es servido de ello, y ayudaros a soportar la pesada carga del
periódico en cuanto la enfermedad y su natural propensión a la vagancia se lo
permitan.
Gustavo
Adolfo Bécquer (1836-1870)
Periodista y
poeta sevillano
Cartas desde mi celda